ELA: lo que hay que saber en el Día Mundial

De qué se trata esta enfermedad que a veces se confunde con la Esclerosis Múltiple

Buenos Aires-(Nomyc)-La Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), cuyo Día Mundial es hoy, se confunde muchas veces, con la Esclerosis Múltiple (EM), pero son enfermedades diferentes, ya que aunque dos afectan el Sistema Nervioso Central (SNC) de manera progresiva, tienen causas y síntomas diferentes, por lo que el Día Mundial de la ELA, es una buena fecha para recordar las características de una enfermedad que requiere de mucho por parte de los pacientes y sus familiares.

La ELA, que no tiene un origen determinado a diferencia de la EM que es una enfermedad autoinmune y que, aunque puede afectar a los músculos, también puede presentar otros síntomas, paraliza, de manera lenta, los músculos y su principal dificultad se encuentra en la movilidad

En líneas generales, se cree que la ELA aparece, a partir de una combinación de factores genéticos y ambientales, que afecta las células nerviosas motoras en la médula espinal y el cerebro, que son responsables de controlar el movimiento muscular.

Los síntomas más comunes son

  • Debilidad muscular y pérdida de masa muscular
  • Debilidad en las manos, brazos, piernas o mandíbula
  • Rigidez muscular
  • Dificultad para caminar o subir escaleras
  • Dificultad para hablar o tragar

Diagnóstico: desde la Asociación ELA Argentina explican, en su página web, que existen varios pasos para realizar el diagnóstico de la enfermedad, aunque es clave la consulta con un especialista, desde la Asociación especifican que es clave el examen clínico debido a que ayuda al especialista en Neurología a sacar buenas conclusiones de los exámenes iniciales.  

Los análisis de sangre, también deben realizarse ya que es una manera de encontrar incrementos en la creatina quinasa, que se produce cuando el músculo deja de funcionar.  

Otra prueba para hacer es el Electromiograma o Electromiografía (EMG), un estudio algo molesto ya que utiliza finas agujas para registrar los impulsos nerviosos que ocurren en forma natural dentro de ciertos músculos.  

Estudios de conducción nerviosa, Estimulación Magnética Transcraneal (EMT) para medir la actividad de las neuronas motoras superiores e imágenes por resonancia magnética, son otros de los estudios que se realizan para diagnosticar esta enfermedad.

Además, en muchos casos se estudia el “signo de Babinski”, que según explican desde la Universidad de Harvard “se trata de un hallazgo en el examen físico en el que el dedo del pie se mueve hacia arriba cuando se acaricia la planta del pie en lugar de moverse hacia abajo, lo que es normal”.

De acuerdo a los expertos de la Clínica de ELA del centro médico Fleni, la ELA afecta de 1 a 2 personas cada 100.000 habitantes por año, de entre 40 y 70 años, con una incidencia algo mayor en hombres que en mujeres y a medida que se desarrolla, se comienza a perder la habilidad de deglutir, de realizar movimientos que requieran de motricidad fina, de caminar y de hablar.

Desde la Universidad de Harvard explican que una vez que los síntomas comienzan, “las personas que la padecen suelen vivir entre 3 y 5 años, aunque esto depende de cada individuo y del progreso de la enfermedad, lo que significa que existen casos en los que la expectativa de vida llega hasta los 10 o 20 años luego de presentar la sintomatología”.

Alejandro Köhler, coordinador médico principal de la Clínica de ELA, indica que esto se debe a que la afección “afecta a las motoneuronas, que son las neuronas encargadas de controlar el músculo voluntario que usamos para hablar, tragar, masticar, para mover los brazos, las piernas y el tronco”.

“El daño de estas motoneuronas provoca un déficit en la contracción de estos músculos y, de esa manera, se produce debilidad, espasticidad o rigidez” agrega.

Debido a que el deterioro afecta a varias áreas del organismo, y no es igual para todas las personas con ELA, es necesario un abordaje interdisciplinario, que incluya un acompañamiento psicológico, para que los profesionales logren controlar los síntomas que genera la enfermedad con el fin de brindarle la mejor calidad de vida posible a los pacientes.

Los tratamientos pueden incluir métodos farmacológicos y no farmacológicos. Ambos son igual de importantes y deben ser aconsejados por profesionales de la salud.

Por su lado, las drogas empleadas se enfocan en disminuir la progresión de la enfermedad y desde el Instituto Nacional de Trastornos Neurológicos y Accidentes Cerebrovasculares de Estados Unidos explican los distintos tipos de medicamentos que sirven para tratar la ELA.

Según enumeraron, el Riluzol disminuye los niveles de Glutamato, neurotransmisor responsable de transportar mensajes entre las células nerviosas y las neuronas motoras, lo cual podría disminuir el deterioro. La Edaravona es un antioxidante que ayuda a prevenir el estrés oxidativo que provocan daño en las células. El Fenilbutirato de sodio/Taurursodiol bloquea las señales de estrés de las células con el fin de prevenir su muerte, aunque resaltan que “es esencial el seguimiento médico ante la patología”.

“Por otra parte, el tratamiento no farmacológico puede incluir -según las particularidades de cada caso- el inicio de terapias a cargo de neurólogos, médicos clínicos, nutricionistas, gastroenterólogos, psiquiatras, kinesiólogos, neumonólogos, fonoaudiólogos, terapistas ocupacionales, neuropsicólogos y especialistas en terapia asistida, entre otros”, resaltan desde el centro médico Fleni.

De esta manera, se muestra la importancia del seguimiento de profesionales de varias especialidades para asegurar un tratamiento eficaz, ya que el decaimiento de las células motoras genera consecuencias en todo el cuerpo.

“Hay un dato que no se ve en las estadísticas, pero que es de suma importancia: el paciente que enfrenta la enfermedad y realiza cada una de las terapias tiene una evolución radicalmente distinta con respecto a quienes no lo realizan tanto”, declaró Köhler.

Los factores de riesgo: los Institutos Nacionales de Salud de los Estados Unidos (NIH, por sus siglas en inglés) señalan que, pese a que los factores de riesgo indican “una condición o comportamiento que ocurre con más frecuencia en quienes tienen una enfermedad, o que tienen un mayor riesgo de contraer una enfermedad, que en quienes no tienen el factor de riesgo”, esta situación no se traduce en que una persona desarrollará un trastorno, aunque enumeraron tres aspectos que se deben tener en cuenta:

  • Edad: aunque la enfermedad puede aparecer a cualquier edad, los síntomas se desarrollan con mayor frecuencia entre los 55 y 75 años.
  • Sexo biológico: los hombres tienen una probabilidad ligeramente mayor que las mujeres. Sin embargo, a edades más avanzadas, los hombres y las mujeres tienen la misma probabilidad de ser diagnosticados con ELA.
  • Raza y origen étnico: los blancos y los no hispanos tienen más probabilidades de desarrollar la enfermedad, pero la ELA afecta a personas de todas las razas y orígenes étnicos.

Para tener más información en http://asociacionela.org.ar/web/pagina.php?id=128

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