Lo hizo a casi medio siglo después de su lanzamiento
Buenos Aires-(Nomyc)-La nave más que llegó más lejos, jamás construida por el ser humano continúa con el envío de señales desde más allá del sistema solar y a 24.000 millones de kilómetros de “casa”, descubrió una frontera invisible y ardiente, que redefine los límites de nuestra comprensión cósmica.
En 1977, la NASA lanzó una pequeña nave con la misión de explorar los planetas exteriores del sistema solar, aunque nadie imaginó que, casi medio siglo después, la Voyager 1 seguiría viva, cruzando el vacío entre las estrellas y hoy, a más de 24.000 millones de kilómetros de la Tierra, esta reliquia de otra era tecnológica continúa con el envío de datos desde un territorio donde el Sol ya no manda y lo que encontró allí, un “muro de fuego”, redefine los límites del conocimiento humano.
Los científicos lo describen como una frontera energética invisible: una capa delgada y caliente que separa la influencia del Sol del espacio interestelar donde las partículas expulsadas por nuestra estrella, se mezclan con las que vagan entre los sistemas estelares, generando una región turbulenta con temperaturas que alcanzan los 30.000 grados Celsius, pero ese calor no se parece al que sentimos en la Tierra: en ese vacío casi perfecto, donde las partículas son tan escasas que raramente colisionan, el fuego no quema: es pura energía cinética y es el movimiento frenético de átomos y protones que viajan a velocidades cercanas a la luz, lo que dibuja una frontera donde termina nuestro “hogar solar”.
La Voyager 1 fue la primera en atravesarla y con cada dato que transmite, ayuda a los científicos a entender cómo respira el Sol y cómo se protege nuestro sistema planetario del resto del cosmos.
Lo ha visto todo: antes de llegar a ese límite, la Voyager 1 mostró los secretos de los gigantes del sistema solar, cuando registró las Tormentas de Júpiter, los anillos de Saturno y las Lunas heladas que orbitan en su periferia.
Luego, cuando su misión original terminó, los ingenieros decidieron empujarla aún más lejos y en 2012, cruzó la heliosfera, es decir la burbuja magnética que envuelve al sistema solar y se convirtió de manera oficial, en el primer objeto humano en el espacio interestelar.
Hoy viaja a unos 17 kilómetros por segundo, mientras envia señales que tardan más de 22 horas en llegar a la Tierra y su energía nuclear se debilita, algunos sistemas ya se apagaron, pero sigue hablando y en su voz electrónica aún resuena el eco de la humanidad.
El mensaje que llevamos a las Estrellas: a bordo de la sonda viaja el Disco Dorado, ideado por Carl Sagana y su equipo que es una cápsula del tiempo en 55 idiomas, con música de distintas culturas y sonidos de la Tierra como olas, truenos, risas, para que si alguna civilización la encuentra, ese disco les cuente quienes fuimos, es decir no solo una especie curiosa, sino capaz de enviar su arte y voz, mas alla del Sol.
El legado que flota en el vacío: la Voyager 1 es ya un fósil interestelar y pronto, dejará de transmitir y cuando su núcleo se enfríe, quedará vagando entre las estrellas durante miles de millones de años, pero su viaje no terminará, ya que seguirá flotando por la oscuridad como un recordatorio silencioso de lo que somos: una especie diminuta que se atrevió a construir algo que cruzara los límites del cielo y del tiempo.
En el fondo, la Voyager 1 no busca regresar, sino solo llevar con ella la certeza de que, al menos una vez, miramos hacia el infinito… y dijimos “estamos aquí”.
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